-¡Ay¡ Una tortura. Son estrechos, llevamos los dedos montados unos encima de otros,deseando llegar a casa, para vernos libres de esta prisión.
Pasaron otros muchios zapatos parecidos, pero no le pregunté a los pies, pues debía pasarlos poco mas o menos. De pronto, vi venir unas sandalias de altísimos tacones con unas tiras como de plata, los dedos de los pies cada uno en su sitio. Aquellos pies si que serían felices, debían estar como en el cielo. Sentí un poco de complejo, pero me decidí a preguntarles:
Pies, ¿que felices seréis dentro de esas maravillas?.
-Calla ¡por Dios' Todo lo contrario. Todo lo que tienen de bonitas, tienen de incómodas. Una verdadera tortura, se clavan sin piedad las tiras, de forma que parecen querer cortarnos los dedos, luego con estos tacones, tenemos que ir casi de puntillas, incomodímos, estamos deseando llegar a casa y meternos en unas humildes zapatillas como tu
¡Pobres pies¡
De pronto vi venir a una niña con unas zapatillas de raso color de rosa que iba calse de ballet. Tenían una cinta preciosa del mismo color atada con garboso lazo sobre su tobillo. Esas si que debían ser las reinas de la belleza y comodidad, eran tan elegantes... pregunté a los pies nuevamente:
Vosotros, si que tenéis suerte, metidos en esa preciosidad de zapatillas ¿sois felices?
-¿Que dices? ¿Que si vamos cómodos en este potro de tortura? No. Nos hacen bailar horas y horas de puntillas, con los dedos doblados en posturas incomodísimas, nos encojen, nos aplastan contra el suelo sin piedad, en fin, ¿sabes? quien pudiera ir metidos en unas cómodass zapatillas como tu.
Alguien pasó y me dió un puntapie para quitarme del medio. Pero no me importó. Era feliz sabiendo que ni el lujo, ni la belleza, ni la moda, conseguian la felicidad de los pies, como nosotras las humildes alpargatas. Y fuí feliz
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