sábado, 15 de febrero de 2014

MARIA DE ROZAS (VIII)

Un miércoles de ceniza, meditando ante el Nazareno los dolores que debieron causarle las espinas de la corona, llorando ella por tal dolor, le pidió que la enviara a ella parte de sus dolores y así aminorar el sufrimiento de aquella Divina cabeza. En la madrugada del viernes, la sobrevino un dolor tan grande de cabeza, que a ratos perdía el sentido, su confesor que presenció por la mañana el estado en que se encontraba, cuenta que debió de ser de tal intensidad que le ablandó los huesos de la cabeza, de forma que al poner un dedo sobre ella, se hundía como si fuera cera blanda: Fray Juan se asustó mucho, pensando que era el final, acudieron los demás frailes a ver el portento, sin saber si adorarla (cosa que ella no hubiera consentido, se creía la mas ruin de las criaturas) o que hacer para no turbarla. A las seis de la tarde cesó el dolor, tan misteriosamente como había comenzado. Esto se repitió todos los viernes de aquella cuaresma. Un Prebendado (así se llamaba entonces a los Canónigos) la envió su cama para que descansara, Ella al verla, se horrorizó y pedía por caridad que se llevasen la cama diciendo :¡ Ay cama de mis pecados! Si mi Señor no tuvo cuna ¿cómo yo voy a dormir en cama? Así que tuvieron que devolverla. Por órden de los frailes echaba la llave a la capilla de San Miguel que fué su vivienda. Una noche llamó a su puerta un hombre pidiendo limosna. Vestía de una manera rara, traía una túnica como de judio, un turbante en la cabeza, tenía melena y barba, estaba muy lacerado, pero su mirada era tan dulce que le recordó la de su Nazareno. Nada tenía para darle, pero al disponerse a salir, el hombre le dijo: María, lo que haces con tus hermanos los pobres, lo haces conmigo, y desapareció. Otra noche, aunque cerrada la puerta, vió ante sí a a un francicano y a un dominico, con las túnicas bastante viejas. La pidieron limosna y ella se disponía a salir aun a aquellas horas para poderles remediar. Ellos la hablaron diciendo: María , yo soy Francisco de Asís, y yo Domingo de Guzman, y desaparecieron

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