viernes, 14 de febrero de 2014

MARIA DE ROZAS (VII)

 Iba a comenzar la reserva del Santísimo un dia de la octava del Corpus, cuando vino un chico a decirle a María, que en la puerta había un hombre vestido con ropas raras, muy lleno de llagas y que preguntaba por ella. Aquí le venieron las dudas, de si esperar a que reservaran o acudir a la llamada. Salió, vió al mendigo y con cariño, le dijo .Hermano, son unos minutos, cuando guarden el Santísimo le atiendo. Volvió a entrar en la Catedral, a los pocos minutos salió, el hombre que la había herido el corazón al verle tan lastimado, había desaparecido y por mas que preguntó nadie le había visto, Corrió a su confesor a desahogar su amargura por no haberle socorrido, Le relató lo pasado y el sacerdote le dijo, que posiblemente habría sido una visión de lo mucho que sufrió Cristo reflejado en aquel pobre para que siguiera en su tarea de socorrer a todos y no cejar en ese empeño. En otra ocasión, cuando se acercaba la Semana Santa, meditando sobre el pánico que sufrió Jesús en el huerto de los olivos ante la muerte que le esperaba, que le hizo sudar sangre, sintió tal congoja que comenzó a sangrar por boca y nariz. Fué tan alarmante la hemorragia, que los franciscanos creyeron que le había llegado la hora de la muerte. Por mas que intentaron, no consiguieron atajar aquella sangre. Milagrosamente a las siete de la tarde, la hemorragia cesó como había empezado. Esto la ocurrió dos veces. Con la pérdida de sangre, y con las fatigas que tenía de ir pidiendo para luego buscar a los pobres para darlos las limosnas, visitar hospitalees, atender las lámparas del Santísimo, casi no descansar la aconsejaron que fuese a una ermita que había cercana a Plasencia donde había un Cristo muy milagroso, que descansase y se dedicara a la oración y meditación. Allí se encaminó y encontró paz y dulzuras, tanta fué la unión entre Jesús y su sierva, que una vez se sintió izada hasta la altura del Cristo, Este, la abrazó, y la dijo :Estamos muy agusto los dos, pero ¿y tus pobres? Ella lo entendió y salió presurosa a cumplir con la obligación que se había echado. Un frio dia de invierno, vió a una mujer descalza y medio desnuda, se quitó la camisa que llevaba bajo el hábito, las medias y los zapatos, y se los dió. Luego se agachó un pocco a fin de que su hábito le tapara los pies y no se viera que iba descalza. Entonces fué corriendo a confesar su pecado: Padre, hago honor al segundo apellido de mi padre (Zorrilla) soy una ruin zorrilla, que para que no me vean descalza me agacho y así engaño a todos... Y penzar que hoy quería terminar

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