domingo, 2 de marzo de 2014

RECUERDOS DE MI INFANCIA (II)

Cuando mi abuela tenía la cena preparada, yo era la encargada de ir a buscar a mi abuelo, y sus amiguetes, me tenían como a un juguete. Muchas noches me invitaba a una perrunilla, un barquillo... eso si, me lo tenía que ganar. Me subían en una de las mesas y yo tenía que cantar bailar o recitar, entre las risotadas de ellos y el "babeo" de mi abuelo.
Mi abuelo era hoimbre de gran carácter, según mi abuela y mi tia Luisa, había sido una especie de coco familiar. El abuelo decía amén, todos a callar o a decir así sea, nunca contradecirle ni contestar. Llegué yo y le di la vuelta del revés. Admiraba a todos como cedía a mis caprichos y con zalamerias yo conseguía lo que quería de él (la verdad es que no me costaba mucho trabajo, cedía enseguida)
Cuento todo esto, en parte, por que me hace feliz recordarlo y como preámbulo para situaros mas o menos en lo que os quiero contar, para hacerle una especie de homenaje al señor Hilario "EL CALIBRE". Del señór Hilario, nunca supe los apellidos. Era un pobre diablo sin familia conocida, que vivía en la cuesta de Campo Pardo. En una "habitación", si se podía llamar así. Era un chiscorzo que debió ser alguna cuadra. Tenía un ventanuco por donde entraba algo de luz, una puerta muy baja y la fachada toda de piedra. Por mobiliario, una mesa, una silla y un camastro con un jergón de paja, una cocinilla de barro, que era como un puchero con agujeros y una cazuela renegrida por el tiempo, y yo pienso que por las pocas veces que había sido fregada, tendría tambien algún cubierto, digo yo, eso no lo vi. Aunque la puerta estaba siempre abierta, nadie tenía acceso para visitar la vivienda, yo si, podía hacerlo con gran contento del señor Hilario cuando quería. Algunas noches, mi abuela, me ponía en una lechera para que no lo vertiera, unas sopas de pan o un caldito, que yo creo que muchos días era lo único caliente que tomaba. Vivía de limosnas, aunque como los tiempos no eran muy buenos no había para muchas larguezas. Este hombre, sin cariño de nadie, creo que me adoptó como a la nieta que nunca tuvo.
Los jueves y domingos, había música en el Parque y el señor Hilario, vendía pirulís. Unios pirulís de uncolor rosa fuerte envueltos en papel blanco ¡que ricos!. Los llevaba en una palo largo que terminaba en una almohadilla de paja donde iban pinchados por el palito. Costaban una perra chica (cinco céntimos de peseta) y los que tenían forma de muñequitos, una perra gorda (diez céntimos) Se me terminó el papel, mañana sigo.

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