viernes, 12 de diciembre de 2014

AQUELLAS ENTRAÑABLES NAVIDADES DE MI INFANCIA

Me voy haciendo mayor ¿que duda cabe? Aquellas Navidades que esperábamos ansiosos e ilusionados, ahora no me parecen tan bellas ¿Serán así de hermosas las de los niños de ahora? Posiblemente, no. Ahora gracias a Dios tenemos abundancia de todo, entonces, carecíamos de casi todo y éramos felices pensnado en que se avecinaban las entrañables Navidades. En mi casa, mi padre que era un enamorado de estos días, era motivo cada noche tras la cena, de grandes risas. Os cuento. Comenzaba después de la Inmaculada a hacer listas de cenas navideñas, Sacaba muy serio su papelito y decía; Mira Mada (mi madre se llamaba Magdalena y el cariñosamente la llamaba Mada, eso si cuando quería ponerla de mal humor, cosa que le divertía mucho, la llamaba Serapia) Con su papelito en ristre, cada día confeccionaba un menú distinto. La risa venía por que al final, cada nochebuena cenábamos mas o menos lo mismo. Los días antes de Navidad, había en la plaza como una especie de mercado de pavos y pollos en la Plaza, en el rinconcito ese que hace frente al Ayuntamiento donde en tiempos fué la casa de la Carnicería. A los niños, nos encantaba meter un dedo en la boca y hacer un sonido parecido al canturreo de los pavos. La "pavería" se alborotaba, todos se ponían a entonar su canto (muy poco agradable) en coro,  y los paveros nos amenazaban con darnos con una vara, pero si, si, ¡no éramos listos para escapar¡ Allí se compraban los gallos y los pavos de la cena de Nochebuena. Nuestra casa era bastante grande y teníamos una habitación para jugar mis dos hermanos y yo, que no se por que llamábamos "el cuarto la churra". Si se compraban la semana anterior a las Pascuas eran mas baratos los pollos, así que mi padre lo compraba y nos lo metía en el cuarto la churra, donde de vez en cuando le dábamos la lata al pollo para divertirnos. Un año tuvimos uno, que parecía "Juan reniega" y apenas abríamos la puerta se nos tiraba a darnos picotazos, aunque le enseñáramos para que nos dejara entrar pacíficamente el plato con su comida o el cacharrito con agua. Ya, tomó mi madre la determinación de ser ella la que entrara con las viandas, y el muy pillo, con ella no se metía. El día 23 de Diciembre, había que matar el pollo para que pasara una noche al sereno (no se el motivo) Ahí venían los problemas ¿Quien lo mataba? Al final era mi padre. Luego había que meterlo en un baño con agua  hirviendo para desplumarle, pero un año lo metimos y se conoce que aún tenía vida el bicho... pegó un salto y terminó en medio de la cocina aleteando y poniendo todo perdido de sangre y de agua, El suelo era de baldosas, así que al dia siguiente nuestra querida Victoria, la chica que nos hacía la limpieza, tenía que matarse a restregar el suelo  con el cepillo de raices. El desplumado, era otra fiesta, todos muy modositos queríamos ayudar, pero en cuantos las plumas caían en nuestras manos, iban a parar a la cara del que estaba al lado, el agredido, se defendía del mismo modo, y al final andaba mi madre a cachetes con nosotros tres y echándonos de la cocina ¡con lo divertido que lo pasábamos¡ Y como siempre, me quedé sin papel, mañana sigo contandoos si queréis como eran nuestras Navidades de pequeños

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